La abrupta salida de Steven Sinofsky, tres semanas después de presentar Windows 8, todavía no ha tenido explicación convincente, y posiblemente no la tendrá de fuente oficial. El organigrama de Microsoft ha elevado a Julie Larson-Green como «líder de ingeniería de software y hardware de Windows», una definición que no incluye el rango de presidente de división que ostentaba Sinofsky. En todo caso, se cumple un axioma de este: el mejor momento para reemplazar a un directivo es cuando haya consumado un ciclo de producto. La primera misión de Larson-Green debería ser el desarrollo de Windows Blue, como llaman a la primera actualización de Windows 8, presuntamente anual.
El único motivo en el que las opiniones sobre la marcha de Sinofsky coinciden es que se trata de un tipo insoportable e incapaz de colaborar con otros equipos dentro de Microsoft. Puede ser sólo maledicencia, malos rollos internos, pero se añade otra posible razón: permitió imprudentemente que se extendiera el rumor de que podría ser el sucesor de Steve Ballmer. Según el Wall Street Journal, si Windows 8 tuviera el éxito esperado, el puesto de CEO estaría a su alcance como fruta madura. Ahora se sabe que la sucesión de Ballmer (56) está todavía verde, y que Sinofsky se prepara para dar clases en una universidad.
Tal vez la aparente interinidad de Larson-Green responda a que Ballmer – que acaba de recibir un rotundo respaldo de la junta de accionistas a su gestión – barrunta una reorganización en la cúpula de la compañía. Los máximos responsables de las cuatro grandes divisiones han cambiado en los últimos dos años, y no puede decirse que ninguno de los nuevos tenga una proyección pública destacada. Conviene recordar que a Ballmer se deben estas frases: las compañías tecnológicas necesitan revulsivos cada diez años, y el ímpetu del cambio tiene que venir desde arriba.
De la biografía de Julie Larson-Green se conocen pocos detalles. Uno de ellos tiene cierta gracia: al salir de la universidad, se postuló para trabajar en Microsoft, pero no fue admitida; sería fichada en 1993 para trabajar en el grupo de desarrollo de Visual C++ y, sucesivamente, en Explorer y en varios componentes de Office. A las órdenes de Sinofsky, dirigió los equipos de desarrollo de Office 2003 y 2007, y cuando a su jefe le encomendaron reconstruir la división de Windows tras el desastre de Vista, ella le siguió. De modo que la continuidad estaría asegurada. ¿Dónde estaría la ruptura? Una fuente ha dicho de ella lo siguiente: «Julie tiene algo que a Steve le faltaba: don de gentes». Por cierto, junto a ella ha sido promovida otra mujer, Tami Reller, chief marketing officer de la división.
Desde su designación, la primera y única aparición pública de Larson-Green ha sido una entrevista a Technology Review, la revista del MIT. El cronista, Tom Simonite, la presenta como «responsable de una pieza de software que usan 1.300 millones de personas en todo el mundo», para, a continuación, someterla a una batería de preguntas que giran sobre las razones por las que Windows 8 tiene interfaz táctil.
«Cuando se creó Windows, hace 25 años, la premisa era que todo PC estaría en una mesa y unido por cable a un monitor […]». Si la mayoría de los PC van a seguir usando ratón y teclado, ¿por qué es tan importante el interfaz táctil?, pregunta Simonite. «Porque es un modo muy natural de interactuar. Si usted tiene un laptop con pantalla táctil, su cerebro le dirá qué interfaz de usuario responderá mejor a lo que quiere hacer […]». ¿Significa que en el futuro todos los PC tendrán pantalla táctil?, insiste el cronista. «Debido a consideraciones de coste, puede que siga habiendo ordenadores sin interfaz táctil, pero creo que serán minoritarios. Ya estamos viendo que los PC táctiles son los que se venden más rápidamente».
Lo que lleva a otro asunto que ha dado lugar a cierta confusión, la coexistencia del modo táctil con el interfaz convencional, ¿es transitoria o definitiva? «Para nosotros, tener ambos entornos es una opción definitiva. Un dedo nunca reemplazará la precisión de un ratón, y siempre será más fácil escribir en un teclado físico que en una superficie de cristal. No queremos obligar a la gente a decidir, simplemente se trata de hábitos de uso que no son incompatibles»
Un capítulo interesante del diálogo es aquel en el que el entrevistador sugiere que Windows 8 ha sido la respuesta de Microsoft a la popularidad del iPad. Larson-Green refuta la suspicacia: «la historia real es que empezamos a planificar Windows 8 en junio de 2009, antes de despachar la primera copia de Windows 7, y cuando el iPad era sólo un rumor. Cuando vimos por primera vez un iPad, lo más excitante fue descubrir que tenía algunos rasgos en los que ya habíamos pensado, pero al mismo tiempo se quedaba rezagado en otros que para nosotros eran esenciales: sus iconos son estáticos […] y carece del concepto funcional de multitarea».
El cambio es tan radical que Larson-Green admite semejanzas con la situación que ella misma vivió con la renovación de Office. ¿Cuánto tiempo se necesita para ajustarse al nuevo? «Entre dos días y dos semanas, como vimos con Office; por eso hemos puesto en marcha un programa para acompañar a los usuarios en su experiencia, si así lo desean».
Es una cuestión necesariamente polémica. Jakob Nielsen, quien años atrás tuvo cierta fama como experto en ´usabilidad`, ha emitido su dictamen, tras pedir a 12 personas que usaran Windows 8 durante una hora: según él, la experiencia ha sido decepcionante, y Windows 8 no añade más productividad que Windows 7. Otra es la opinión de Elizabeth Mynatt, especialista del Georgia Tech en la interacción hombre-máquina: cree que la premisa de Nielsen es anacrónica: la medida de la usabilidad de un nuevo interfaz, sostiene, no reside en la primera impresión que causa, sino en el tiempo que se tarda en habituarse. «Pretender esconder las innovaciones de un interfaz haciéndolas invisibles para no asustar al usuario, sería un grave error, que paralizaría cualquier avance», escribe Mynatt.
La especialidad de Larson-Green es la dirección de equipos de desarrollo. Será por esto que no ha asumido la responsabilidad sobre el negocio de Windows 8, que llevará Tami Reller. No obstante, en la entrevista con Technology Review no eludió responder sobre Surface, la tableta con la que Microsoft ha despertado irritación entre algunos fabricantes. Su respuesta confirma el papel aleccionador de ese hardware, pero no se moja sobre los planes futuros. «Surface representa la visión de Microsoft; nos permite mostrar a los consumidores y a la industria nuestra concepción de lo que debería ser un hardware que persigue la perfección. Creemos que Surface tiene largo alcance, pero nos consta que algunos partners tienen sus propias ideas e innovaciones al respecto».